dissabte, 27 d’agost del 2011

Sombras de luz

Soy un ser cíclico que alberga la luz y la oscuridad en su interior. Traspaso las líneas del tiempo avanzando con mi propia rueda. Una rueda que he construido yo y que debo seguir deshaciendo y montando a lo largo de toda mi vida. Mi espíritu traspasa a mi cuerpo los reflejos o claroscuros. Mes a mes, mis pechos y mi útero se hinchan y deshinchan.
Ahora soy una hechicera. Por eso, valiéndome de la rotundidad que caracteriza a este ser, afirmo que, a partir del inicio de mi nuevo ciclo, no permitiré que nada ni nadie me menosprecie por mi verdadera naturaleza. No pienso entrar de nuevo en los mecanismos lineales y estáticos a los que me he visto obligada durante tantos años.
Dentro de unos días, mi bruja se despedirá y dirá adiós para siempre a mi ser actual. Estaré de luto durante un periodo de tiempo, un tiempo en el que lloraré sangre. Lágrimas rojas a las que pienso alabar a partir de hoy mismo.
Pero no voy a quedarme estancada en el pesar. Más allá, me esperan la virgen y la madre renacidas, vestidas de blanco y colores tierra respectivamente. Mi vientre me devolverá la luz.

dilluns, 1 d’agost del 2011

¡Mamá, quiero ser Drag King!


Foto: Wikipedia

Mi lesbianismo es complicado. Me gustan las mujeres y quiero follarme a todas las que pueda, pero no puedo con todas. Me fascinan las chicas bonitas, jóvenes y adorables que veo por la calle. ¿El problema? La mayoría tienen pinta de ser heterosexuales convencidas. Quizá lo tendría más fácil si yo no tuviera pinta de hetero 100%. Pero no. Señoras, mejor dicho, señoritas, soy una lamegrietas.
Y diréis, ¿ese es tu gran problema como lesbiana? No. Hay algo peor. Más oscuro, perverso y lujurioso. Como me ponen las tías con pinta de adorapollas, muchas veces me imagino que me corro en su cara, que las dejo bien pringadas de semen. Y, oh, con la iglesia hemos topao.
Creo que esto, quizá, necesita una explicación. No se trata de que quiera tener polla; lo siento, señor Freud, no se lo voy a poner tan fácil. Se trata de que me gustaría seducir a estas chicas como un hombre. Me vestiría de galán antiguo, de los que llevaban chaleco bajo la americana y bigote. Las invitaría a unas copas. Y el juego empezaría. Les susurraría cosas bonitas al oído; les rozaría el muslo, más allá del límite permitido por el decoro; las invitaría a bailar; las cogería por la cintura, con mucho cuidado de levantar unos milímetros su faldita; les prestaría mi americana como refugio para sus hombros y brazos desnudos; y, entonces, las llevaría a casa.
Allí, la cosa iría más en serio. Me ocuparía de todo su cuerpo sin presentarles el mío. Las conduciría al límite del placer lésbico; con cuidado, eso sí, no querría terminar con una mujer exhausta en mi cama y yo toda cachonda. Por eso, cuando la humedad embargara sus deliciosas braguitas, me descubriría. A estas alturas, la bonita y heterosexual chica afortunada de la noche estaría tan encantada conmigo que, estoy segura, le daría bien poca importancia a mi falta de miembro viril.