dijous, 9 de juny del 2011

Trilogía del pecho. Parte III. Lo que representan

Cuando era pequeña, mi juguete favorito era un viejo par de calcetines que salvé de la basura; mi madre estaba a punto de tirarlos por tener demasiados agujeros. Los cogí de la bolsa y los guardé en el fondo de un cajón. Los escondí porque, para mí, eran la prueba que demostraba mis juegos secretos.
Allí permanecían hasta que no había nadie en casa y podía sacarlos para hacer de las mías. Los cogía e iba hacia la habitación de mis padres. Sacaba algo de ropa de mi madre. Mi prenda favorita era cualquiera de sus sujetadores que, por supuesto, yo rellenaba con los dos trozos de lana para los pies. Para dar más credibilidad al asunto, también solía enfundarme en un vestido bien escotado.
Lo divertido del juego consistía en pasar el rato admirando mis enormes tetas. Me encantaban. Con ellas, era toda una mujer, crecía de golpe hacia la edad adulta. Las acariciaba. Las cogía entre las manos y las subía hacia arriba. Me bajaba el escote para enseñar un poco más mis pechos-calcetín. Llegué a pasar horas así, tantas que casi podía sentir que tenía unos hermosas y verdaderas tetas colgando. Pero siempre acababa desanimada: acababa odiándome por tener que esperar todavía un montón de años para tener mi propio par de senos.
Con el tiempo, choqué con la realidad. Me di cuenta de que no me crecerían por si solas. Necesité darles un pequeño empujón con hormonas y silicona. Supongo que, por eso, todavía conservo el viejo par de calcetines que me ayudó a dar mis primeros pasos como mujer.